Peor que dejar pasar las oportunidades que se presentan con cada crisis es no aprender de éstas.
La pandemia enseñó -como ningún otro fenómeno antes en la historia del comercio internacional contenedorizado- los niveles de fragilidad que tiene la cadena de transporte: apenas un nuevo caso positivo en un puerto de China lleva a su cierre y desencadena un efecto dominó de congestión portuaria en todo el mundo, escalas suspendidas, fletes marítimos por las nubes, colas de camiones y faltante de equipos.
Las cadenas de producción se demoran (o interrumpen en el peor de los casos), los contratos se incumplen, los consumidores no encuentran mercadería y la inflación está a la vuelta de la esquina. Este fenómeno, eminentemente global, se percibe sobre todo en los países que no diversifican sus opciones logísticas o que no tienen un desarrollo intermodal a tono con el presente.
Estos fueron algunos de los temas que trataron días atrás durante una presentación virtual, con varios países de América Latina, empresarios, logistas y transportistas al presentar las posibilidades que brinda la adopción regional del contenedor de 53 pies, el mismo que se utiliza en mercados como Estados Unidos, recorriendo costa a costa, y sirviendo como abastecedor del comercio interior.